cucurrucucu paloma

sábado, diciembre 10, 2005

Esto no tiene título por ahora


En "Cuando Harry conoció a Sally" él le dice por teléfono a ella que lo mejor de estar deprimido es que uno descansa mucho. A mí me encanta cuando le dice eso, no sé, me hace reír. Releí este texto que viene a continuación hoy, y me hizo reír. Lo escribí hace varios años. No me acuerdo cuándo.

Potecitos de esmalte

Pero eso no era lo que me preguntaba. Yo no entendía qué me preguntaba Enriquito en la feria. Me pidió que escribiera una lista con las cosas que más me gustaban. Mi cumpleaños era dentro de poco, entonces yo pensé que era porque me quería hacer un regalo y entonces necesitaba de esa lista. De una que me escribí las cosas que más me gustan en orden de importancia. Me costó muchísimo esto de la lista. Claro, porque todo es un tema, vistes. Si me regalaba ropa y me quedaba grande, quería decir que me cree más gorda de lo que soy. O peor, si me quedaba chica, quería decir que soy más gorda de lo que él me cree. No sé, en realidad cuál es peor, pero bueno. El tema de los anillos, otro. ¿Qué iba a pasar sí no me gustaba? Lo iba a tener que usar por el resto de mi vida. La gente me miraría con cara de qué mal gusto que tiene esa piba. Mis manos, que según todos son tan lindas, se me arruinarían con un anillo feo. Bueno lo de los perfumes no es tan terrible. Porque de última sí no me gustaba, lo cambiaba. Y era muy difícil que se llegara a dar cuenta. Aunque viste que la tipa que trabaja en la farmacia es de lo más chusma y de una que se lo hubiese dicho. Pero bueno, era un riesgo que tenía que tomar.
Sigo contando.
Le entregué la lista, aclarándole que cualquiera estaría bien, que lo que importa es la intención. Obvio que no. No es lo mismo si me regala flores a si me regala ropa. La ropa dura, las flores serán muy lindas, pero no duran más de dos días. Al menos que hagas la de mi abuela, pobrecita cómo esta ahora que esta con ese problema de la bota, gota algo así. Ayer justo hablé con ella. Ya ni ganas me dan de ir a visitarla. La llamé por teléfono y estuvo. No paró de quejarse. Que me duele, me duele, me duele. Deje el teléfono arriba de la mesa de la cocina y me fui de un pique a mi cuarto a buscar la lista. Tuve tiempo hasta para intercambiar tres gritos con Manuela, que volví a la cocina y mi abuela seguía “Es que no entendés lo que me duele”. Pobre la vieja. Bueno, me concetro.
Ah, sí, no una estupidez. Que mi abuela para que duren más sus flores les pone un saquito de té con tres cucharaditas de sal en el agua. Sí, y así le duran.
Ah, lo de Enriquito. Bueno, disculpa, te sigo.
Nada y parece que él no esperaba eso en la lista. Yo pensé que se quería hacer el malo, pero me decía “no entendés no estamos en lo mismo. Yo te pedí la lista para ver si teníamos algo en común porque esto no es como antes”. Por dentro yo pensaba que obvio que no íbamos a pedir las mismas cosas para que nos regalen, yo soy piba y él es macho. Yo iba a pedir flores, y el una pelota de fútbol. Porque, a esta altura, yo pensaba por dentro, que las flores estarían bien. Sí sí, pero por favor que algo me regalara. “En serio, yo te quiero, pero yo quiero cambiar el mundo, y vos querés pintarte las uñas”, me decía. Sí, pensé en decirle que yo también quería cambiar el mundo, pero la verdad era que justo ahí cuando él me habló de las uñas me di cuenta que no las tenía bien, el esmalte estaba todo cachado, no sabés qué horror, encima rojo, cosa que se re note.
Perdón, es que me voy acordando y me pierdo.
Lo dejé. Yo me quería hacer la enojada, para que después venga la reconciliación, vistes. Pero en realidad, no estaba enojada. Seguía creyendo que todo esto era para hacerme una sorpresa para mi cumple. Mientras caminaba para casa, me imaginaba todas las sorpresas que él me estaría preparando. A la noche me llamó. Que teníamos que hablar. Yo ahora lo digo así nomás, pero no sabés. No te voy a mentir fui super requete segura de que no me iba a decir nada malo, yo seguía jurando que esto del enojo era puro camelo, que todo era para distraerme, viste. Nos juntamos en la calesita, hacía un frío, mirá, de pelar gallos. Ahí me tiró todo. Que sos muy chica, que estas en la huevada, que yo estoy para otra cosa, que nuestros proyectos de vida no compati no sé cuanto. Yo muda. Pálida. Boca abierta. No entendía una mierda, todo tan de repente. Él, frío. Distante. Requete hijo de puta. No derramé ni una lágrima enfrente de él. Le pegué una piña, la tenía merecida, pero me zafé. Qué sé yo, me salió pegarle. Se re calentó y se fue. Volví a casa, que no daba más. Llorando como una nena. No, no me daba vergüenza, si estaba más allá. ¿Qué no contabilizábamos? Bueno, compatibilizábamos, es lo mismo, como sea. Si él también quería como yo, todo eso de casarnos, tener seis hijos. Hasta los nombres había pensado: Enrique, como él, como su viejo, como su abuelo; Benjamín, como el de la tele; Ricardito; y después, Lola, pero que se llame Dolores, y que le digamos Lola; Eugenia, para decirle Genia como a mi abuela; y él podía elegir el otro de la nena más chica. No entendía qué le había picado. A mí sí me gusta Lola, me parece que tiene mucha personalidad. Además una vez conocí a una chica, en realidad nunca la vi en vivo y en directo, por la tele, vistes, que se llamaba Lola y era hermosa. Creo que era una modelo o algo así. Y ¿viste que a veces te gustan los nombres por como son las personas? Bueno, desde que vi a esa chica que juré llamar a mi hija Lola. Y a él también le iba a gustar el nombre cuando se lo dijera. Es que en realidad nunca salió el tema, eso de los nombres te digo.
Porque yo lo sabía. Estoy contando yo la historia, no acotes.
Mamá me decía que bueno que sí estábamos en diferentes momentos, que bueno que por algo era. Que las cosas siempre pasan por algo. Yo siempre creí eso. Pero esto era diferente. Esto no tenía que pasar. Era como sí me hubiese matado directamente. Quedábamos lindos juntos. Pegábamos.
No te impacientes.
Le escribí una carta. No, una carta me pareció más romántico. Y además viste que yo tengo linda letra, lo enamoraba de vuelta seguro. Primero decía que desde el día en que me invitó a la fiesta de la primavera que no podía dejar de pensar en él. No, a la fiesta ni fui porque mi papá no me dejó. Sí, requete mal. Pero bueno. Después le escribí que a mí me gustaba pintarme las uñas, pero que si estar con él significaba preferir cambiar el mundo a eso de pintarme las uñas, que no me las pintaba nada, que sólo quería estar con él. Y bueno, era un sacrificio. El que quiere celeste que le cueste. Qué iba a ser.

Le dije que podía cambiar, que no estaba en la huevada, que yo sí estaba con los pies en la tierra. Terminé diciéndole que me pidiera lo que quiera que lo haría. Antes de llevarle la carta, pase por la farmacia y me compré un quita esmalte. Viste creo que hay un dicho que dice algo tipo que una acción vale más que mil palabras, o algo así. Bueno, de eso hablo. Quería que él viera que yo no me pintaba más las uñas, que ahora iba a cambiar el mundo.

No se lo creyó. Es que ni yo me lo creía. ¿Cómo iba a hacer para no pintarme más las uñas, por el resto de mi vida?

Nada, vino a casa ese mismo día. Yo estaba espléndida, porque era obvio que iba a venir. No, tenía puesto el jean ese que me compré en la galería, sí ese que me hace re buen culo. Y una remerita tranqui, ni muy escotada ni muy monja. No, pero Manuela me había hecho la toca, así que estaba con los pelos divinos, super lacios, pipí cucú. Me pinté un poquito. Me puse esos brillitos para la cara. Estaba con los brillis esos y nada más. Apenas un poco de rímel. Ambienté todo cosa que el entorno ayude, vistes, eso siempre cuenta. Tiré un poco de perfume por mi cuarto. Y en realidad, eso fue todo. No ambienté mucho más. Llegó y nada, bueno, me dijo que no le había entendido, que no podíamos seguir. Yo le mostré mis uñas. “no están pintadas” le repetía. Pero él ni bola le daba. Bah, me dijo algo como que no se trataba de eso, que no le importaba si me pintaba o no las uñas, que no era eso. Y ahí yo me di cuenta que no. Que no podíamos estar juntos. Me había dicho, ya te dije y te lo repito, te juro que me había dicho que yo me pintaba las uñas, y que por favor no me las pintara más, porque si yo me las pintaba él no podía cambiar el mundo. Es peor que la gata flora, éste. Yo no sabía qué pensar, hasta el momento en que me di cuenta que realmente el pobre estaba loco.
No, no entendés nada, además ya te lo dije, nena, estoy contándote yo, después si vos querés contarme a mí, me contás y yo te escucho.
Así que lo dejé irse tranquilito, viste. No sea cosa, viste, que le agarré qué sé yo... Como en las películas. Que se caiga al piso, que tenga esos ataques epilesicos. No te voy a mentir, que sentí un alivio cuando se fue de casa. Gracias a dios que no nos casamos. Además el nombre Enrique para un hijo, ni loca. Apenas se fue, obvio que lo que hice antes de llamar a alguien, fue agarrar el potecito de esmalte, pobrecitas, cómo se me ocurrió.